21 de julio de 2014

Adolf Schulten (El arte de equivocarse).

Buenos días a todos, salgo de mi largo letargo (creo que 2 años han pasado desde mi última entrada) para traeros un personaje que seguro que os gustará. Su nombre es Adolf Schulten y se que a muchos de vosotros ni os sonará. Recuerdo en 1º de carrera cuando salió el nombre de este personaje y el profesor preguntó: -¿Alguien lo conoce?... En la clase evidentemente se produjo un gran silencio, a lo que el profesor respondió: -Pues vais a acabar hasta los huevos de él. 

Y así fue amigos, de pronto descubrimos que adolfito estaba presente en casi todos los debates e investigaciones que se habían realizado a principios del siglo XX sobre la historia antigua, y siempre estaba equivocado. Por decirlo de alguna manera, era como el tertuliano de estos programas de sobremesa que a pesar de saber o de descubrir que está equivocado, sigue defendiendo su teoría porque así llena el enorme vacío que existe en su corazón... o en su cerebro. Pero a diferencia de estos personajes, Arnolf no era tonto. 

Adorfl nació en el seno de una familia adinerada y el chaval de pronto decidió dedicarse a la historia (porque es un trabajo que te permite tener las manos limpias y eso se agradece), doctorándose a la temprana edad de 22 años. A los 24 años recibió una beca del Instituto Arqueológico del Imperio Alemán (recordemos que estamos en la época del Kaiser Guillermo II) que le permitió viajar por Grecia, Italia y África (supongo que el que le dio la beca se llevaría las manos a la cabeza años más tarde, sobre todo porque Adulf no necesitaba dinero precisamente).

Pero donde empieza Narnolf a hacerse grande es en sus investigaciones en la Península Ibérica. El alemán seguía la complejísima metodología empleada años antes por Schliemann en el descubrimiento de Troya (notesé el sarcasmo). Ésta se basaba en leerse un par de textos clásicos, que respaldan una teoría que había lanzado previamente sin ningún tipo de información, y a partir de ellos intentar ubicar la ciudad o asentamiento en cuestión. Cuando más o menos tenías marcada la posición del asentamiento en el GPS, ibas al lugar y excavabas intentando encontrar algo, sino encontrabas pues te ibas 3 KM más allá y así hasta que se te acaba el dinero. ¿Qué se hacía si encontrabas el asentamiento? Pues ir a echar la lotería porque es tu día de suerte, y la historia da de comer pero no en yates ni en mansiones.

Nardolf, siguiendo este método consiguió descubrir la ciudad de Numantia y claro... os podéis imaginar el hombre iba un poco subidito, con el pecho hinchado de orgullo y la cabeza bien alta porque había realizado un descubrimiento importante siguiendo un método que todos sus compañeros criticaban. Podíamos decir que a Adolfin le dijeron un:  A que no tienes huevos de... y él los tuvo. Os podéis imaginar como estaba el hombre, dando conferencias, aparecía en los periódicos, lo invitaron al programa de Ana Rosa... la fama era suya. Lo que nunca dijo es que ya en 1860 otro investigador llamado Eduardo Saavedra había localizado las ruinas de Numantia y eran patrimonio nacional desde 1882. Por lo que Ñordolf no descubrió Numantia, la excavó pero su localización ya se conocía.

Lleno de orgullo y satisfacción, continuó estudiando la historia antigua de España, lo que le llevo a una de las más grandes urbes conocidas de nuestro país, el centro de toda actividad empresarial, la cuna de la cultura española: Cáceres. Allí descubrió (siguiendo su método) un campamento romano que a día de hoy se conoce como Castra Caecilia. El problema fue que frenó la excavación al descubrir lo que para Caldolf era la residencia del procónsul que utilizaba cuando visitaba el campamento. Schulten llegó, utilizó un poco la pala, vio una gran construcción y dijo: -Mira, esa es la residencia del jefe, vámonos a echar una cerveza que hace mucho calor. El problema fue que unos años más tarde se descubrió que, lo que Cadilf dijo que era esa gran residencia, era en realidad un barracón de legionarios, donde dormían, comían, foll... entrenaban...

Aún así él seguía siendo muy famoso en España, lo petaba allá donde iba, le invitaban a copas, le dejaban ganar al mus, era un hombre feliz. Y donde Rudolf se hizo grande de verdad fue en su siguiente trabajo, intentar descubrir la capital perdida de Tartessos (para que comprendáis mejor la gracia del asunto, no existe una capital de Tarteso, aunque en defensa de Ñordolf hay que decir que hasta los años 50 no se llegó a esa conclusión). 

El hombre se puso manos a la obra, como siempre siguiendo su método, ese que le había hecho grande sembrando errores allá donde iba. Analizó un par de textos, a los que cambió su contenido al traducirlos y expuso que Tarteso era la Troya de Occidente y que ahí iba a estar él para descubrirla y luego ir a echar la lotería como su amigo Schliemann. Para Árdolf Tarteso había sido un gran imperio, había sido la ostia en barco, y había sido la cuna de las letras junto a Egipto, Babilonia y Grecia (ojo ahí). Tarteso tenía una gran influencia de los griegos, quiénes para Schulten eran los más guays del parque, pero llegaron los fenicios y los conquistaron (hay que tener en cuenta que en estos momentos está naciendo un profundo sentimiento anti-semita en Alemania y los fenicios son vistos como los antecesores del pueblo judío). Pues bien, los fenicios, portadores de la maldad más absoluta, someten a los tartesios para obtener recursos metalúrgicos. Por último existe una batalla entre griegos y fenicios en la que se intenta liberar Tarteso, pero llegan los cartagineses y destruyen todo (se acabaron las tonterías). En definitiva, un jaleo.

Como no podía ser de otra forma, Atrolf estableció una localización para la capital tartésica. Descubrió un asentamiento y afirmó con orgullo: Esto es Tartessos. Pero con el tiempo resultó ser una aldea de pescadores... DE ÉPOCA ROMANA, es decir casi 6 siglos posterior a la presencia de los tartesios. No obstante, eso no impidió al gobierno español hacerlo miembro de la Real Academia de Historia y otorgarle la gran cruz de la orden de Alfonso X El sabio, que premiaba a los grandes investigadores. Porque somos así, somos España y portamos con orgullo la bandera de la ignorancia. 

Espero que os haya gustado esta nueva entrada del blog y que hayáis disfrutado, por mi parte intentaré estar más pendiente y escribir más a menudo. ¡Hasta la próxima!